Un tesoro en tus manos
Foto por Rabie Madaci Mi abuelo ha sido, desde mis más tiernas memorias, mi compañero de vida, el que ponía colores, sabores y sonidos en mis sueños; nutría de trenes, barcos y aviones a mis locas fantasías infantiles y fue siempre la fuente más confiable cuando tenía dudas sobre lo que fuera, o cuando quería conversar de algún tema, de cualquiera, porque él se comprometía con la discusión por igual si hablábamos de física cuántica, que de la expulsión de un jugador de fútbol en el partido del domingo. Él era un sabio. Siempre lo vi jovial, sano, dispuesto a subir el Everest si se lo propusiera, pero un día tuvo un quebranto de salud, que no entendí bien a que vino, pero que lo llevó al hospital. No pude verlo los días en que estuvo internado, pero en cuanto regresó a su casa, me pasé por allá después del colegio. Se veía bien, hablaba con la misma pasión de siempre, pero se notaba que algún mosquito cadavérico al servicio de la Santa Muerte, le había picado y se le escapaba la