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Un tesoro en tus manos

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  Foto por Rabie Madaci Mi abuelo ha sido, desde mis más tiernas memorias, mi compañero de vida, el que ponía colores, sabores y sonidos en mis sueños; nutría de trenes, barcos y aviones a mis locas fantasías infantiles y fue siempre la fuente más confiable cuando tenía dudas sobre lo que fuera, o cuando quería conversar de algún tema, de cualquiera, porque él se comprometía con la discusión por igual si hablábamos de física cuántica, que de la expulsión de un jugador de fútbol en el partido del domingo. Él era un sabio. Siempre lo vi jovial, sano, dispuesto a subir el Everest si se lo propusiera, pero un día tuvo un quebranto de salud, que no entendí bien a que vino, pero que lo llevó al hospital. No pude verlo los días en que estuvo internado, pero en cuanto regresó a su casa, me pasé por allá después del colegio. Se veía bien, hablaba con la misma pasión de siempre, pero se notaba que algún mosquito cadavérico al servicio de la Santa Muerte, le había picado y se le escapaba la

La Doctora Johnson

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  Foto por CDC Este fin de semana tuvimos una fiesta musical en el campus de mi universidad (University of Georgia), o al menos eso era lo que mis amigos y yo, y temo que casi todos los estudiantes que asistimos, creímos que nos habían organizado. Se trató del reconocimiento con un doctorado honoris causa a una mujer afroamericana de avanzada edad. Se contaba en los pasillos que varios artistas al saber que se realizaría esta ceremonia, se ofrecieron a presentarse gratuitamente como parte del evento. Bruce Springsteen, Dolly Parton, Beyonce y alguien dijo que hasta Bono vendría a cantar. Claro que en un campus tan poblado como el nuestro, jamás nos negaríamos a participar en una fiesta gratis, en una oportunidad de olvidar las presiones de los estudios y en un pretexto para tomar cerveza. Así que el interés estudiantil por la ceremonia empezó a crecer muy rápido, como levadura bien activada (no me juzguen, estudio Química), incluso cuando la rectoría no confirmó ninguna participaci

El camino del amor

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Foto por Francesco Perego Está lloviendo. Toda esta semana ha estado así el clima. Llueve desde la madrugada y no se detiene hasta ya entrada la tarde. El sol se asoma tímidamente justo antes de acostarse en el horizonte y la noche arremete con vientos fríos, como si fuera diciembre. Pero estamos en marzo. Me cuesta levantarme con el clima así. El sonido de la lluvia cayendo y repiqueteando en el techo, aunado a la baja temperatura, casi me adhieren a la cama, pero el día empieza y no puede una defraudarlo. Tengo cinco años de vivir en medio de este hermoso bosque y esta es la primera vez que me toca un marzo lluvioso. Mis amigos me cuentan que antes, hace un siglo o más, era usual que lloviera en marzo, porque este valle era mucho más húmedo y de verdes más profundos, pero con el calentamiento fue reduciéndose el tiempo de lluvias. Seguramente tiene que ver con La Partida. Ahora, con tan pocas personas que quedamos en el planeta, supongo que es lógico que la naturaleza se vaya

La sabia y la manzana

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Foto por Andrik Langfield   Extraño a mi abuela. Era una vieja sabia, con la cara llena de arrugas, pero de una dulzura tal que con solo una sonrisa, iluminaba al mundo. Su risa era contagiosa y siempre la veías alegre y dispuesta a compartir su optimismo y su gozo por vivir, por ser quien era, por tener la vida que tenía. Una vez le pregunté si todo en su vida había sido bueno, porque yo la veía tan feliz, que no parecía haber tenido dolores, conflictos o desconsuelos. Ella, con la sabiduría que la caracteriza, se sentó en su sillón favorito mientras se carcajeaba de mi pregunta, me llamó con la mano para que me acercara. Me encantaba sentarme a sus pies, en la alfombra, para escucharla contar sus historias de vida. Cuando por fin pudo superar el ataque de risa, me vio con una mirada seria tan poco acostumbrada en su hermosa y alegre cara, que me hizo gracia y a ella igual. No podía ponerse seria, seguro tenía una imposibilidad genética para hacerlo y yo lo agradezco, porque reí

Sofía y el tigre

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Foto por Keyur Nandaniya Si alguien conociera a Sofía, podría decir que es una persona normal, amable, simpática, muy inteligente. Si la conociera más a fondo diría también que es de ideas claras, disciplinada, trabajadora e independiente. Pero nadie, ni la gente más cercana a ella, saben del tigre que habita en su mente. Sucedió un día en que jugaba en el parque, probablemente tendría cuatro o cinco años, estaba concentrada siguiendo a una ardillita que bajó de uno de los árboles del fondo, a recoger una frutilla que cayó de alguno de los arbustos cercanos y rodó hasta ahí. Estaba fascinada de ver a la ardilla bajar por el tronco del árbol, como si tuviera patas engomadas, para regresar a las altas ramas, escalando nuevamente el tronco utilizando algún poder especial que ella no comprendía. Le encantó su cola, que parecía ser de algodón y sus pequeñas manitas, con las que recogió la frutilla y se la comió en un santiamén, como previniendo que alguien pudiera aparecer de pronto para

Grandeza

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Foto por Selcuk Yüccel Mi nombre es Elizabeth. Nací en Rozavlea, un poblado perteneciente a la región de Transilvania, en Rumania, en el año 1922. Pertenezco a una numerosa familia, tengo siete hermanas y dos hermanos. Mi papá nació con una condición genética llamada acondroplasia, que provoca que sus extremidades no se desarrollen apropiadamente, por lo que su tamaño era menor al de personas que no presentan esta condición. Siete de mis hermanos y hermanas, incluyéndome, heredamos esta condición. Desde pequeños aprendimos a valernos por nosotros mismos. Mi mamá, Batia, nos alentaba a buscar formas creativas para llegar a los sitios más allá de nuestro alcance, a abrir puertas, cuando no alcanzábamos las manijas o a utilizar las herramientas que estaban fabricadas para personas de mayor tamaño, ajustándonos a la diferencia. Ella siempre nos dijo que no podíamos esperar que el mundo se adaptara a nosotros, porque para el mundo solo éramos una peculiaridad que no merecía su atención. Fue